Esa talentosa patinadora olímpica fue la primera obsesión de mi esposo, y aunque hacía años que se habían separado, él patrocinaba su carrera profesional: detalle que nunca creyó necesario compartir conmigo.
¿Desde cuándo no la veía? A juzgar por las miradas que compartieron durante el espectáculo, supuse que llevaban muchos años sin contacto. ¿Le emocionó verla? ¿Viejos sentimientos resucitaron al ver a esa despampanante mujer en la pista de hielo, luciendo hermosa en una rutina impecable?
Quería hacerle todas esas preguntas, moría por aclarar las cosas y saber qué pensaba él de Alexandra Rumanov. Pero esa noche fue caótica; al salir del baño y antes de poder preguntarle sobre ella, encontré a mi marido cargando a nuestro bebé y con el celular presionado entre el hombro y la oreja.
Su ceño fruncido por la preocupación me alertó.
—Así es, tiene un poco de fiebre —me acerqué y toqué la frente de mi bebé; estaba caliente—. Necesito que vengas a revisarlo.
Mientras Adam compartía los sín