El temor de ser solo un amor pasajero para ese hombre me enfrió el cuerpo como nunca en toda mi vida.
—Adam, te obsesionaste con ella como ahora estás ¿obsesionado... conmigo? —Me tembló la voz al finalizar.
Mi esposo abrió la mirada, atónito. Luego me sonrió y sus manos me tomaron del rostro. Se agachó lo suficiente para besarme en los labios con una delicadeza dulce y una mirada noble atenta a mí.
—¿Sigues creyendo eso, Hannah? No estoy obsesionado contigo, amor. Yo te amo como loco.
Metió los dedos entre mi cabello y su lengua entró en mi boca, volviendo el beso profundo y más íntimo que antes.
—Yo te amo de verdad, Hannah —jadeó, sacándome de la habitación del bebé y guiándome a la nuestra—. No es obsesión, es auténtico amor.
Se sentó al borde de la cama y yo subí a su regazo, besándolo con verdadero deseo. Le abrí la camisa y acaricié su pecho, firme y fuerte bajo las palmas de mis manos, también cálido y con un corazón latiendo con rapidez bajo el musculo.
—Te amo, Hannah. Eres