Pasé mis dedos por su cabello, mirándolo con brillantes ojos excitados y respirando entre labios, recibiendolo con gusto. Nuestros alientos se mezclaban en la quietud de la habitación. ¿En qué momento habíamos pasado del jardín a la cama?
—Te amo, Hannah —gruñó en mi oído por décima vez, balanceándose entre mis piernas de manera rítmica.
Le respondí besando su mandíbula, gimiendo suavemente y rodeando su cuello con mis delgados brazos. Notaba el contorno de uno de sus brazos sosteniéndome por la espalda, apoyado en la curvatura cada vez más pronunciada en mi columna a causa del avanzado embarazo.
—Nunca me fijé en ti porque me recordarás a Sabine —buscó mi mirada, ansioso. Me observó con expresión abrasadora, con unos encendidos ojos que, del habitual color avellana, habían pasado a un verde muy oscuro y profundo.
Elevó una mano y, con cariño, me acarició la piel sudorosa de la mejilla y apartó mi cabello. Gemí sintiendo mi piel ardiendo, tan caliente que temí tener fiebre.
—Me gustast