Aborrecía a Alexandra y nunca hubiese asistido a una fiesta suya, de no estar enferma y despertar mi lástima. Sabía perfectamente que ella no me quería en su cumpleaños, pero sin mí Adam no acudiría, así que debió soportar mi presencia con tal de tenerlo a él.
Desde que Sean se ganó ese viaje en el trabajo, hacía ya casi 5 años, no había vuelto a poner un pie en ese lujoso resort. Con Adam, llegamos después de un viaje largo por aire y algunas horas por carretera, y tal como en mis recuerdos, el hotel seguía siendo espectacular, incluso más que antes ahora que había sido remodelado. Mientras bajábamos y un empleado sacaba nuestro equipaje, a la vez que mi esposo tomaba a nuestro bebé del portabebés, yo dejé pasear la vista por la hermosa playa, muy cercana al hotel, y me pareció tan bella como en esos días.
Suspiré hondo. El aire era limpio, fresco y el cielo de un intenso azul, con gaviotas revoloteando aquí y allá. No pude contener que recuerdos agradables me vinieran a la cabeza; en