—Ven, Adam. Ven conmigo.
Mientras tira de mi brazo y me arrastra fuera del salón, noto que está realmente ebria. Sus pasos son torpes, tiene las mejillas ruborizadas y la mirada ligeramente desenfocada. Aunque está enferma, ha bebido, pero no puedo reprenderla y hacerle creer que mi preocupación por ella va más allá de la mera amistad que tenemos.
—Entra.
Me abre la puerta de la suite donde se está hospedando; está justo al lado de la mía. No ha sido casualidad, es evidente.
—¿Qué quieres mostrarme, Alex? Quisiera volver junto a mi esposa; está embarazada y...
Cierra la puerta con un fuerte portazo y me lleva hasta la sala. Me empuja para obligarme a sentarme y se aleja sonriendo hacia la barra de bebidas.
—¿Temes que su embarazo se complique por quedarse sola unos minutos?
Suspirando, extiendo los brazos en el respaldo del sofá y pienso en las grandes complicaciones que se presentaron con mi primer hijo. Aunque nunca se lo dije a mi esposa, muchas veces me planteé interrumpir ese comp