Capítulo 2

Abigail estaba recibiendo las quejas de sus amigas, mientras su silla era retirada por un hombre para darle la bienvenida a la mesa. Soltó un suspiro cansado, porque su chofer había tomado el camino más largo, ya que el tráfico estaba en su pleno apogeo en horas del mediodía.

Se quitó las gafas de sol y observó a las chicas reír.

Diane, era la mayor de todas, tenía 30 años y unos de los 4 amigos de su marido era su esposo. John Bradley.

Samantha, tenía 27 años, también estaba casada, pero su familia no tenía nada que ver con Marshal y Abby, sino con algunos contactos de su padre; sin embargo, entre los encuentros de negocios ellas se volvieron muy unidas y definitivamente Abigail la ingresó en su círculo.

Caroline y Charis, eran sus eternas amigas desde la universidad, compañeras de estudios para convertirse en unos años en personas inseparables para Abigail. Ambas estaban casadas y tenían la misma edad que ella cumpliría en unas semanas, 25 años.

Y por último estaba, Lena. En algunos momentos Abigail quisiera ayudarla, y pedirle de manera suplicante que no diera un paso apresurado, porque ella apenas tenía 22 y se encontraba en los preparativos de su boda, con otro de los 4 amigos de Marshal, que, en su opinión personal, era el peor de todos. Norman Best.

Aunque… a estas alturas, ahora no sabía muy bien si lo comparaba con su marido, creía que ambos competían por el peor lugar. Pero por supuesto todo esto solo estaba en su mente y en su silencio.

Entonces ella observó a las mujeres y les pasó una disculpa con la mirada.

—Saben que el tráfico es un desastre si te encuentras en el centro de la ciudad —se excusó y luego les envió una sonrisa.

A pesar de todo nadie debía enterarse de su realidad, quizás sonara hipócrita, y llena de apariencias, pero a estas alturas… ¿Cómo podía decir que ella junto con toda si vida eran un completo desastre?, cuando en todos estos 4 años de matrimonio ella mintió con desespero.

—No les prestes atención —reclamó Diane con un ademán de manos que calló a todas al instante, ella solía ser una de las personalidades más fuertes del grupo—. Hay un asunto muy, muy importante por hablar…

Abby vio como todas arrimaron sus sillas y se juntaron más las unas de las otras. Si algo conocía de ellas es que eran dramáticas en exceso, y les encantaba un chisme.

—¡Por Dios Santo!, ¡habla ya! —insistió Caroline cuando Diane hizo un silencio demasiado largo.

—¿Recuerdan a Alice…?, ¿la alargada y presumida, Alice Wright? —preguntó en susurro.

—Mmm… no debemos recordarla, creo que ahora todas podemos verla, porque ella está entrando ahora mismo al restaurante —Samantha alzó la mirada y junto con ella todas se dieron vuelta hacia la mujer que Diane estaba mencionando segundos antes.

La mujer no hizo caso de las miradas, y otra mayor que la que acababa de entrar la acompañaba detrás de su caminata a una mesa en el fondo del restaurante donde un camarero las acompañó.

Diane hizo un disimulo y esperó que ellas pasaran tratando parecer que ninguna estaba mirando a la mujer, y en ese instante Abby rodó los ojos.

El camarero llegó hasta la mesa pidiendo el pedido de cada una y eso ayudó a que la tensión disminuyera. Cuando todas volvieron en sí, Diane volvió a llamar su atención, hablando muy bajo.

—Se está divorciando… —Anunció de golpe mientras todas tomaron una impresión en su rostro.

—¡¿Qué?! —Charis preguntó esta vez con la cara pálida—. La vi junto a su esposo el banquero hace un par de semanas, de hecho, compartimos mesa, en la subasta.

Abby pasó un trago mientras llevó una copa de agua a sus labios secos para luego desviar la mirada a esa mujer, que parecía estar muy tranquila, disfrutando su comida con una amiga mucho mayor que ella.

—Pues… ya vez… un matrimonio de apariencias… muchos cotillean sobre el suceso, algunos dicen que su esposo tiene algunas amantes, pero la mayoría la crítica por no saber llevar su casa…

—¡Qué horror! —agregó Lena—. Solo de imaginar que me pase algo como eso, me dan ganas de morir ahora mismo, es una racha terrible.

—Totalmente —dijo Diane negando y viendo hacia la mujer.

Una a una agregó su punto, pero Abby seguía muda, sin dar algún tipo de comentario sobre el tema.

Su mente estaba perdida, en definitiva, tenía tantas cosas en la cabeza, sin embargo, todo su centro ahora era el rostro de esa mujer que parecía más feliz que todas sus amigas juntas, como si nada le pesara, como si fuese tan liviana como una pluma y por un momento se preguntó cómo se sentiría estar de esa manera.

—¿Qué te ocurre? —Abby sintió una mano zarandeándola suave, y logró parpadear varias veces mientras desviaba la mirada hacia sus amigas.

Todas estaban con el ceño fruncido, y definitivamente se había perdido de todo lo que habían despotricado en contra de esa pobre mujer.

—Yo… solo estoy un poco liada con… la empresa.

—¿Algo va mal? —preguntó Diane con interés.

—No… hay mucho trabajo —respondió Abigail rápidamente.

—Bueno, tú tienes suerte de trabajar de la mano con tu esposo —sonrió Lena como si sus ojos pensaran maravillas.

—Es verdad, a veces te envidio tanto —Agregó Caroline con un puchero.

—¿Envidiar? —Abby negó incrédula.

—¡Ay Abby…!, no vengas a restregarnos tu vida perfecta —Diane refutó con la ceja levantada—. Lo preguntas como si no supieras que eres la más afortunada de todas nosotras… una familia rica, un puesto en tu propia empresa que manejas a tu antojo, y eso sumado a que tienes al esposo perfecto….

—Estoy de acuerdo contigo —Abby se giró al escuchar a Samantha—. Te ganaste la lotería con Marshal…

Abigail apretó su mandíbula y bajó la mirada.

—Sí… soy… muy afortunada —dijo levantando los ojos con una sonrisa que le dolió—. Sus maridos son, buenos también.

Las risas se esparcieron por toda la mesa.

—Sí, no lo negamos, pero los hombres son por lo general, poco detallistas, olvidadizos y muy poco sensibles… pero en tu caso, es diferente —Charis agregó tomando un sorbo de su vino—. Marshal es guapo, romántico, y muy muy cariñoso, es un hombre seguro que no pierde nada expresando su amor en público, y eso querida Abby, es un premio que no todas pueden conseguir.

—Y eso sumado a que es un adonis en la cama, ¿no es así Abby?

Las mejillas de la chica se encendieron cuando Diane le dio un codazo insinuando las mismas cosas que solía hacer siempre.

¡Qué desastre!, pensó queriéndose halar el pelo de la desesperación. Su vida era una red de mentiras.

Como pudo, controló su respiración irracional y apretó las manos temblorosas.

—¿Cómo van los negocios? —hizo la pregunta desesperada por cambiar el tema, pero en el momento, los platos llegaron a su mesa, y las mujeres se detuvieron en la conversación.

Después de unos minutos de protocolo, ellas volvieron a quedar solas.

—No pretendas cambiarnos el tema, antes de todo esto, estábamos preguntando si en tu empresa no se escuchó el rumor de la separación, Máximo Wright, es un banquero importante, y lo más seguro es que tu padre y Marshal deben conocerlo —Diane sugirió mientras las demás tenían la mirada puesta en ella.

—No sé nada… hasta ahora escucho sobre el asunto —respondió Abby rápidamente y luego volvió su mirada a la mujer—. Quizás… no sea algo grave… o quizás sea una separación acordada… ella no parece triste…

—Está fingiendo —Agregó Lena llamando la atención de Abigail. A veces le daban miedo las expresiones frías de la chica que ni siquiera sabía lo que era un matrimonio.

Algo se revolucionó dentro del estómago de Abigail y luego la miró con recelo.

—No veo muestras de fingimiento en su rostro… ella parece, ligera, un divorcio no es el fin del mundo, chicas, nadie sabe lo que pasa detrás de nuestras casas, ¿Por qué si somos mujeres debemos caerle a otra?, ¿no es esto más vergonzoso, que el hecho que ella se vaya a divorciar?

El silencio se hizo eterno, la respiración entrecortada de Abby solo le anunció que se había dejado llevar por sus impulsos y por un momento se arrepintió, y dejó caer la espalda en la silla.

—No estamos juzgándola —agregó Samantha más calmada cortando con el hilo de tensión que se había tejido segundos antes—. Pero ella fue una mujer que presumió demasiado, y una como mujer debe luchar por su matrimonio, ¿Qué pasará con su vida?, ella irá de hombre en hombre, casándose y divorciándose, es una cadena, lo he visto. Nunca volverá a ser vista de la misma manera.

Todas afirmaron apoyando el discurso de Samantha y siguieron con el hilo de prejuicios hacia la mujer. Abby no pudo más, sino resoplar y negar con la cabeza, parecía que en ningún lugar encontraba un punto de paz, del descanso que ella necesitaba para respirar.

Recostó su espalda en la silla y luego desvió la mirada a Alice Wright. Por supuesto que la conocía, había ido muchas veces a su empresa con su marido, a reuniones familiares, incluso negociaciones personales donde solo se reunían los 4. Ezra, la pareja y Abigail.

Sabía muy bien que el esposo de esa mujer tenía un escándalo detrás de su espalda, una fila de amantes que no cabían en los dedos de las manos, pero era obvio que la sociedad no reparaba en ese suceso. Ahora era mucho más importante caerle a ella porque tomó la decisión de darle punto final a su matrimonio desastroso, y a la única conclusión a la que llegó Abigail, era que el enemigo número de una mujer, era otra mujer, lamentablemente.

Comió su comida con desgana y respondió de forma monótona a todas las cosas que se dijeron en la mesa, tenía muchos problemas en su vida como para ocuparse del de otra persona, y lo único que sabía de este asunto, era que de cierta forma envidiaba a esa mujer que sonreía libremente y comía como su fuera el último día de su vida, ella se veía radiante.

Después que se despidió de sus amigas, salió del restaurante y divisó que había un auto detrás del de ella. Era el mismo hombre que Marshal encargaba para que estuviese pendiente de ella, de donde iba y con quien se encontraba. Y de cierta forma ya se había acostumbrado a ese hecho.

Desvió la mirada del auto y luego asintió cuando su propio chofer le abrió la puerta.

—Gracias, Tom.

—De nada señora, Hayes, ¿cuál es el destino?

—A casa, por favor.

El hombre asintió y ella se adentró a la parte trasera del automóvil.

Aunque era increíble de creer, el desinterés de Marshal por ella no tenía lógica. Él la rechazaba cuando le daba la gana, nunca se esmeraba porque sus relaciones sexuales mejoraran, además de ser tosco, agresivo en sus palabras y en muchos momentos, de manera física. No le importaban sus opiniones, Abby era una pintura que solo le gustaba exhibir cuando tenía público a la vista.

Entonces a todo esto, ella no entendía muy bien la causa de los celos excesivos, porque si algo se salía de control a su marido, es que alguien conversara con ella, la mirara o pretendiera estar entablar una amistad con su esposa, por supuesto todo esto si era un hombre.

 Era un enigma para Abby pensar en esto, y le aterraba muchas veces la doble personalidad y la doble moral que manejaba en todos los asuntos.

Estos 4 años solo le sirvieron para terminar de desconocer a ese hombre, o, mejor dicho, a dos hombres que estaban en un mismo cuerpo.

Marshal era el amor en pasta cuando estaban en reuniones, incluso en la empresa era el hombre ejemplo; detallista, trabajador, irreprensible. La gente en definitiva lo tenía en una cima que era imposible de bajar. Sin embargo, había alguien que lo estaba desestimando últimamente, y ese era el padre de Abby, Ezra.

Después de varios minutos el auto llegó a su amplia casa, y pasó directo a su habitación mientras saludó a varias personas que servían allí.

Se quitó la ropa y fue a la ducha. Trató de pensar en que podía hacer ahora, necesitaba tener ideas frescas, ideas que realmente fuesen de ayuda.

Cuando terminó se envolvió en una toalla y fue a su espejo a limpiar el maquillaje residual que quedó después de su baño. Se sentó en una mesilla solo en toalla y abrió la laptop para comenzar a investigar algunas ideas que le surgieron en la cabeza.

Para cuando se dio cuenta, sus ojos estaban tan resentidos, y su cuerpo tan tensó que el bostezo que expulsó su boca, la hicieron ver la hora, ella se impresionó porque el tiempo había trascurrido rápidamente.

Tecleó otras cosas para su lista y cerró el portátil. Era hora de descansar, y dejar que su cabeza quitara los números e ideas de su mente, porque iba con todo su potencial el día de mañana a presentarle algunas estrategias a su padre para salir de esta situación…

***

Por la mañana Abby y Marshal estaban llegando a la empresa juntos. Él colocó la mano en su cintura y caminó a su lado mientras entraban por los pasillos.

Cuando llegaron al ascensor él tomó su mano, y varios empleados le sonrieron saludándolos. Marshal les envió una sonrisa encantadora, mientras Abby asintió. Inmediatamente la mujer sintió que su marido llevaba la mano a su boca y daba un beso sutil en ella.

—Estás preciosa, ¿hoy, hay algo especial?

Las mujeres dentro del ascensor se ruborizaron y comenzaron a cotillear en voz baja. Abigail envió una mirada fría a su marido y luego como ella lo acostumbraba hacer le respondió dócilmente.

—No hay nada, gracias por notarlo —su esposó sonrió y luego acaricio su mejilla.

—Es imposible no notar tu belleza, Abby querida… eres la más hermosa de todas…

El timbre del ascensor anunció que habían llegado a la quinta planta y Marshal esperó que sus empleados salieran para tomar la mano de Abigail nuevamente y salir.

Con los dientes apretados ella recibió el gesto y comenzó a caminar con él.

Todos les daban saludos de bienvenida con las sonrisas en su boca y Abby fingía por supuesto que estaba montada en una nube, una, que desaparecía cuando Marshal cerraba la puerta y la dejaba caer a un piso de concreto, rústico, seco y desgraciadamente doloroso.

No supo por qué su esposo entró primeramente a su oficina, pero vio cómo se quitó la chaqueta y se paraba frente a la pared de vidrio que ella tenía en su frente.

Abigail dejó sus cosas en el escritorio y luego se sentó para encender su computador, debía terminar lo que dejó ayer, porque en el trascurso de la mañana le pediría a su padre que pasara por la tarde a la empresa para hablar personalmente con él; también debía trabajar en el informe y detallar con exactitud su petición.

Sin embargo, el silencio extenuante de su marido la incomodó.

—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? —preguntó Abby sin retirar los ojos de la pantalla.

—No —escuchó como su esposo respondió sin separarse del vidrio.

Entonces tomó una aspiración y siguió tecleando. Anoche ni siquiera lo sintió llegar, porque su cansancio fue extenuante. Para cuando se levantó de la cama, él ya estaba en la ducha, desayunaron en silencio, aunque eso no era raro en su relación.

Pero, podía oler que algo pasaba, su actitud callada era la más extraña de todas sus facetas, aunque también sabía que la situación económica estaba en un punto de quiebre, y quizás eso lo estaba alterando, porque si de algo era obsesivo Marshal era en tener control económico, y ser próspero.

—Tu padre está algo extraño… —el silencio se rompió y Abby alzó la vista.

Marshal caminó lentamente y luego tomó la silla para sentarse frente a ella.

—Yo diría, preocupado, desesperado, triste… —respondió ella recostando su espalda y prestando la atención requerida.

—Estoy pensando en algo —informó el hombre tomando un lapicero de la mesa—. Me gustaría que sacaras un informe general de la empresa y la hagas llegar a mi oficina, quiero manejar los datos precisos para poder hablar claramente con tu padre…

Ella asintió, eso no era problema.

—Claro, estoy en algunas cosas ahora, pero trataré de hacerlo, puede que demore una hora.

El hombre asintió y se levantó, y antes de que tomara el pomo, se giró hacia ella.

—Por cierto, por la tarde vendrán algunas personas, nos reuniremos con ellas al finalizar la jornada.

—¿De qué se trata?

Él gesticuló una sonrisa y luego le envió una mirada como si ella fuera lo más preciado que tenía.

—Es una sorpresa, mi amor…

Marshal cerró la puerta después de las palabras, mientras que Abby seguía con los ojos abiertos, un tanto nerviosa, un tanto confundida, porque sencillamente su marido no dejaba de sorprenderla…

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