Amelia se sintió renovada después de la ducha, y con la ayuda de Laura, logró vestirse con ropa cómoda y adecuada. Al abrazar a sus pequeños, les repitió que todo estaba bien y que ella se encontraba bien. Sin embargo, los niños no pudieron evitar sollozar un poco, recordando cómo su madre había caído al suelo, adolorida, sin entender del todo lo que había sucedido.
—Mamá, ¿vamos a vivir aquí en esta enorme casa? —preguntó Liam, el mayor, con curiosidad en sus ojos.
—¿Y ya no vamos a volver a casa del abuelo Marcus? —intervino Sofía, su hermana, con un tono de preocupación.
—Yo quiero regresar a casa del abuelo —añadió el pequeño Noah, mirándola con ojos grandes.
Amelia sintió una punzada en el corazón; era incómodo que sus hijos extrañaran a ese idiota. Odiaba con toda su alma que ellos estuvieran sufriendo por la ausencia de ese hombre. Pero, inocentes, no sabían lo que realmente pasaba, y por eso no podía culparlos. Los abrazó con cariño, intentando infundirles seguridad.
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