Amelia tomó asiento en un lugar de la mesa, observando su platillo con un poco de aprehensión y nostalgia. La comida que se le había servido parecía deliciosa, pero su mente estaba atrapada en un millar de pensamientos. Marcus, al notar su silencio, la miró con curiosidad, entrecerrando los ojos como si intentara desentrañar sus cavilaciones.
—¿No te gusta la comida? ¿Te pasa algo? ¿Estás cansada? —cuestionó, su voz cargada de preocupación.
Ella sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Cómo se suponía que debía actuar? La intensidad de esos ojos verdes la atravesaba como un puñal, y la inseguridad la envolvía como una niebla densa.
—No es eso —expresó, observando su plato perfectamente acomodado antes de suspirar hondo—. Me gusta, gracias.
—¿Es algo más? —insistió, dejando los utensilios de lado. Amelia tragó duro, sintiendo la presión consumirla.
—Marcus, todos estos meses los he echado de menos. Sé que te dije que quería alejarme de ellos y empezar de cero. Pero...
—¿Pero...? —la