Maximilian se despertó aquella mañana, un terrible dolor de cabeza lo asaltó de inmediato. Abrió los ojos lentamente, intentando recordar los eventos de la noche anterior, solo para encontrarse con una sorpresa aterradora: alguien más estaba a su lado en la cama. En un instante de pánico, gritó, provocando que la otra persona también se sobresaltara y comenzara a gritar.
Ambos se miraron con incredulidad. Era Joseph, con la expresión confundida y aún adormilada en su rostro.
—¿Qué demonios estamos haciendo aquí? —escupió Maximilian, su mente aún nublada por la resaca.
Joseph, recordando lo que había sucedido la noche anterior, comenzó a reírse mientras se sentaba en la cama.
—¡No puedo creer que ambos hayamos dormido aquí! ¡Te ayudé a llegar a tu habitación y terminaste cayendo en la cama! —se rió, tratando de contener las carcajadas.
Maximilian se pasó las manos por el rostro, sintiendo la vergüenza calar hondo. ¿Cómo había llegado a esa situación? Se recordó a sí mismo tambaleándose