—Laura, puedes dejar salir a Amelia. Quiero que esta noche duerma en mi habitación —declaró Maximilian en una llamada rápida, su tono autoritario enmascarando la vulnerabilidad que lo atormentaba por dentro.
—Como usted pida, señor —respondió Laura, su voz profesional y eficiente, pero con un atisbo de preocupación.
Después de una larga y agotadora jornada laboral, Maximilian se preparaba para salir cuando Benjamin lo detuvo. El rostro de su guardaespaldas mostraba una expresión de inquietud, como si algo perturbador hubiera cruzado su camino. Maximilian lo miró detenidamente.
—¿Por qué tienes esa cara, Benjamín?
—Señor, no quiero alarmarlo, pero vi a dos individuos sospechosos merodeando por la zona. Se marcharon antes de que pudiera detenerlos, pero creí que debía informarle, ya que actuaron de manera extraña.
Maximilian frunció el ceño, sus pensamientos enredados. A pesar de la inquietud, decidió no dejarse llevar por el miedo. No quería ser excesivamente cauteloso; tal vez no era