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Amelia, acompañada por los niños, tomó el taxi de vuelta a casa. Al llegar, se encontraron con Renata, la niñera, tan cariñosa como siempre. Amelia se dirigió a ella con una sonrisa sincera.

—Renata, de verdad, estoy muy agradecida de tenerte como la niñera de los niños —dijo, la voz llena de aprecio—. Eres una persona increíblemente atenta con ellos, y eso es más que evidente. Los niños te adoran, y no puedo sentirme más afortunada sabiendo que están bajo un cuidado tan bueno.

Renata se sintió visiblemente halagada, un rubor tiñendo sus mejillas.

—No se preocupe, señora Williams —respondió con una sonrisa cálida—. Siempre doy lo mejor de mí en mi trabajo, y me alegra mucho que esté satisfecha con lo que hago. Además, los niños son demasiado dulces y se portan muy bien. Es la primera vez que me tocan tres niños que sean tan obedientes y educados.

Amelia sonrió, conmovida por la honestidad de Renata. En ese momento, los niños, como si hubieran captado la esencia del cariño de la niñera
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