La mujer, aferrándose a su postura, volvió a insistir que no estaba celosa. Su rostro, aunque aún con un matiz rosado, intentaba proyectar serenidad.
—Solo estoy concentrada en mis labores y un poco estresada —le explicó a Maximilian —. Tengo mucho que hacer hoy.
Él, para no prolongar la discusión que tan evidentemente la incomodaba, decidió creerle, aunque fuera de manera fingida. Una sonrisa casi imperceptible se dibujó en sus labios.
—De acuerdo.
—Aprovecho entonces —soltó ella, su voz teñida con un tono casual, como si la conversación anterior no hubiera existido— para decirte que quería pedirte permiso para buscar a los niños hoy en lugar de que lo haga la niñera. La razón es que quiero llevarlos a la heladería y compartir con ellos un rato, si es posible.
El hombre la miró directamente a los ojos, lleno de sorpresa y algo más indescifrable cruzando su rostro.
—Amelia —emitió, sin siquiera pensarlo dos veces—, no tienes que pedirme permiso si se trata de los niños. Solo ve y bús