En la penumbra de su lujosa habitación, Marcus se hallaba sumido en un estado de furia contenida. El aroma acre del whisky se mezclaba con el humo denso de su cigarrillo, que exhalaba lentamente. Sus ojos, inyectados en sangre, no podían apartarse de las cuantiosas fotografías que sus hombres le habían entregado. Eran imágenes de Amelia y los trillizos, riendo en el parque, entrando a la heladería, subiendo a un taxi. Pero lo que realmente encendía su rabia eran las fotos de Amelia llegando a la compañía de Maximilian, e incluso una en la que aparecía cerca de él.
"Así que, Amelia, comienzas a trabajar en la compañía de tu exmarido", murmuró Marcus para sí mismo, la voz cargada de un veneno que apenas podía contener. Su mandíbula se tensó, una vena palpitando en su sien.
"No me extrañaría que también hayas regresado con él".
Repasaba las imágenes una y otra vez con las yemas de sus dedos, como si quisiera quemarlas con la intensidad de su resentimiento. Cada foto era un recordatorio