La desesperación lo impulsó a buscarla, a intentar explicar lo que sucedió, a mendigar su perdón. Nicolás la encontró esa mañana saliendo de su edificio, con su bolso al hombro y los ojos enrojecidos.
¿Había estado llorando por su culpa?
—Déjame explicarte —se interpuso en su camino, con su voz teñida de urgencia por aclarar la situación. Aunque quizá, no había mucho que aclarar. No se podía justificar lo injustificable—. Lo que viste... esa foto... no es verdad. Yo no quería enviarla. No sé cómo…
—¡Deja de venir a fastidiar mi vida! —lo interrumpió con un empujón, odiándose por estar armando una escena en plena calle—. Esto lo resolveremos en el juicio, Nicolás. Aunque, te juro, quisiera pedirte que nos ahorraras este mal rato firmando de una vez por todas. Es lo único que quiero de ti ahora.
—No —negó con la cabeza—. Te he dicho que no me voy a divorciar, Regina. Y no lo haré —aseguró con obstinación.
—¡Eres un cínico! —soltó ella con desprecio. No podía creer que hubiera venido ha