Regina estaba ocupada trabajando cuando recibió una llamada de su abogado.
Suspiró.
Esperaba que esta vez sí hubiera buenas noticias, pero algo le decía que era todo lo contrario.
—Señora Stirling. Lamento llamarla así, pero… lo pensé mucho antes de marcarle. Sé bien lo que me dijo la última vez, pero… —Su voz temblaba—. Necesito contarle los detalles de mi último encuentro con el señor Davies. Fue... fue bastante desagradable.
—¿Desagradable? ¿Qué pasó? —preguntó con inquietud. A estas alturas del partido, esperaba cualquier cosa de Nicolás. Buena o mala.
—La verdad, señora —confesó el hombre con miedo—, su esposo es un hombre grotesco. Un energúmeno. La forma en que me trató... Su mirada... Honestamente, creo que la próxima vez que lo vea, me matará. Y no sé si quiero correr el riesgo.
—No debe tener miedo, abogado —trató de convencerlo con tranquilidad—. Es solo un hombre. Por muy temperamental que sea, debe entender que lo nuestro se acabó.
—No, señora, no lo entiende —insisti