La ira de Regina crecía y crecía más con cada segundo que pasaba escuchando el relato de su abogado.
No podía creer que Nicolás hubiera destruido el documento de divorcio, convirtiéndolo en pedacitos y lanzándoselo al hombre a la cara.
¿A qué demonios estaba jugando este imbécil?
Se sentía tan exasperada. Su sangre hervía y consideraba todo esto una falta de respeto inaceptable. Al parecer, Nicolás Davies no era más que una persona inmadura que no hacía otra cosa que reafirmarle que la decisión de su separación era lo mejor.
No podía soportar su conducta un día más, así que se levantó de su escritorio dispuesta a ponerle un fin a esto.
—Cristian —irrumpió en la oficina de su jefe, intentando mantener la compostura para no evidenciar su estado de agitación—. Disculpa que te moleste, pero necesito pedirte un permiso para salir antes de tiempo. Es una diligencia personal y urgente. Volveré mañana a mi hora estipulada.
—¿Todo está bien, Regina? —preguntó el hombre levantando la vista, sus