Regina intentaba conducir, pero lo veía todo de forma distorsionada. Las lágrimas, calientes y abundantes, empañaban sus ojos, impidiéndole ver con claridad su entorno. Sintiendo miedo de provocar un accidente, tuvo que orillarse, deteniendo el auto en un sitio desconocido.
Apagó el motor y su cuerpo comenzó a convulsionar debido a los sollozos. Aunque intentaba aparentar frialdad y desinterés delante de Nicolás, la realidad era que no era más que una mujer débil y sentimental que estaba sufriendo a causa de sus constantes desplantes.
“Sí, sé que la amenazaste. No entiendo cómo puedes hacer algo como eso, sabiendo que está sufriendo tanto con su enfermedad”, recordó las palabras de su esposo y no pudo evitar llorar con mayor ahincó. Cuando le contó lo que Alicia le había dicho, él no le había creído, pero había bastado que esa mujer se llenara la boca de mentiras, para que él le creyera ciegamente.
No podía creerlo.
Se tocó la frente y la percibió caliente: tenía un poco de fiebre. Es