Regina colocó las dos manos sobre el volante de su auto, mientras esperaba a que la vieja verja se abriera para que pudiera otorgarle el paso.
Estaba de nuevo en casa.
Respiró hondo, llenando sus pulmones con el aroma familiar de la mansión de su niñez.
Era nuevamente suya, así que ese día reclamaría lo que por derecho le pertenecía.
Estacionó el auto y bajó con lentitud, sin perder la calma, mientras saludaba a varias personas que formaban parte del personal de servicio.
—Nicolás, ¿está en casa? —le preguntó a alguien.
—Sí, señora.
Se armó de valor y cruzó la puerta de entrada, sabiendo que lo más probable era que se encontraría a Nicolás en compañía de aquella mujer. Solamente esperaba que no estuvieran desnudos en una habitación o inclusive algo mucho peor.
Afortunadamente, ese no fue el caso.
Al entrar en el vestíbulo, los pudo ver a ambos: la amante de su marido se estremeció y esto le generó gran satisfacción. No la había visto desde el día anterior en el fallido intento