—¡Oh, Nicolás! —alcanzó la mujer a su prometido cuando este bajaba las escaleras de la mansión con rumbo a la planta baja—. ¡Mira! ¡Mira! —canturreó como una niña chiquita, emocionada—. Las invitaciones ya están listas —le mostró lo que parecía ser una serie de pergaminos con listones y una brillante tipografía.
Nicolás alzó una ceja sin comprender del todo la razón de tanto entusiasmo de su parte.
—¿No lo ves? —preguntó Alicia al darse cuenta de que su novio no captaba la razón de su alegría—. ¡Nicolás, es justo como siempre lo había soñado! —le sonrió con aquel dulce encanto.
Y así, con mucha paciencia, se dedicó a explicarle a su prometido lo que hacía de estas invitaciones tan especiales.
El día en que se conocieron, después de que ocurriera «eso», Alicia se había conmovido al presenciar la escena de un triste y abandonado Nicolás.
Ella no sabía cómo acercarse, ya que el niño era muy arisco.
Así que se le ocurrió que la mejor manera era regalándole un dibujo, y así lo hizo, uno tr