Capítulo 006

—¡Oh, Nicolás! —alcanzó la mujer a su prometido cuando este bajaba las escaleras de la mansión con rumbo a la planta baja—. ¡Mira! ¡Mira! —canturreó como una niña chiquita, emocionada—. Las invitaciones ya están listas —le mostró lo que parecía ser una serie de pergaminos con listones y una brillante tipografía.

Nicolás alzó una ceja sin comprender del todo la razón de tanto entusiasmo de su parte.

—¿No lo ves? —preguntó Alicia al darse cuenta de que su novio no captaba la razón de su alegría—. ¡Nicolás, es justo como siempre lo había soñado! —le sonrió con aquel dulce encanto.

Y así, con mucha paciencia, se dedicó a explicarle a su prometido lo que hacía de estas invitaciones tan especiales.

El día en que se conocieron, después de que ocurriera «eso», Alicia se había conmovido al presenciar la escena de un triste y abandonado Nicolás.

Ella no sabía cómo acercarse, ya que el niño era muy arisco.

Así que se le ocurrió que la mejor manera era regalándole un dibujo, y así lo hizo, uno tras otro, en forma de pergamino.

Al principio esto no surtió efecto en Nicolás, hasta que, en un momento determinado, una sonrisa se dibujó en sus labios. Esa sonrisa alejó la tristeza que lo invadía, aunque fuera por un breve instante.

De vuelta al presente, su prometido le abrazó de aquella forma cálida que siempre le demostraba en momentos como ese.

No tenía dudas de que la quería.

O eso se decía, ya que su relación había tenido que pasar por muchos obstáculos.

Empezando por ese matrimonio…

Ese día su corazón se destruyó al ver cómo se casaba con Regina, pero Nicolás le había prometido que aquello sería temporal, y que lo hacía por el bien de ambos.

Y sí, efectivamente había cumplido con su palabra.

Alicia miró a su alrededor, sintiéndose dichosa de ser ahora la dueña de esa enorme casa.

¡Todo era suyo!

¡Le pertenecía!

—Enviaré las invitaciones de inmediato —le informó a su prometido, pero antes de que pudiera alejarse para cumplir con dicha tarea, alguien tocó a la puerta de la casa.

—¿Esperabas alguna visita? —le preguntó Nicolás con voz seria.

Alicia negó con la cabeza.

El hombre se acercó entonces a la puerta y la abrió, encontrándose con aquel sujeto que tan bien recordaba: el abogado de Regina.

—¿Usted qué hace aquí? —indagó en un tono agrio, que no intentó ni un poco disimular. Nada que proviniera de Regina podía tratarse de buenas noticias y, efectivamente, ese era el caso.

—Disculpe que le incomode tan temprano, señor Davies —dijo el hombre con fingida diplomacia—. Pero he venido para entregarle esta citación —le extendió una hoja, que, Nicolás, no se tomó la molestia en aceptar.

La mano del señor Castro se quedó extendida en alto por largo rato, hasta que finalmente la bajó, comprendiendo que aquel hombre no pensaba aceptar la citación. Aun así, su deber era informarle de qué se trataba todo aquello, así que eso hizo.

—La citación es para que acuda al tribunal en la fecha estipulada. La señora Regina ha decidido entablar una demanda para la nulidad del divorcio —informó.

—¿Qué?

Nicolás empuñó las manos con rabia, al tiempo en que, Alicia ahogaba una exclamación.

—No, Nicolás. Eso que está diciendo este hombre no puede ser cierto. ¡¿Dime que no es verdad?! —exigió con ojos llorosos, al ver sus sueños nuevamente desbaratarse.

—Tranquila, Alicia. Nada de esto va a suceder —aseguró mirando al abogado con rabia.

—Esperamos contar con su presencia, señor Davies —se despidió Castro, imaginando que su presencia en aquellos momentos no era para nada grata.

Antes de irse, Nicolás le arrebató la citación de las manos con sumo hastió, dedicándose a leer cada palabra con el ceño fruncido, como si aquel papel no contuviera otra cosa que su condena de muerte.

—¡Nicolás, ¿y ahora qué haremos?! —sollozó Alicia, sentándose en unos de los muebles, como si todo estuviese perdido.

—Envía esas invitaciones —le dijo su prometido con seriedad—. Nada impedirá que nos casemos.

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