Capítulo 005

Su amenaza no era en vano.

O eso era lo que Regina se decía, mientras no hacía otra cosa que dar vueltas en la sala de su departamento, sin saber muy bien cómo cumplir con su palabra.

Se sentía imposibilitada.

No tenía dinero ni conexiones importantes que pudieran ayudarla.

Había pasado de ser la hija del gran Máximo Stirling para convertirse en la pobre y tonta Regina, la abandonada, la que había llevado a la quiebra la empresa de su familia. 

Aunque nada de esto era cierto.

Ella no había estado detrás del mal manejo de esos fondos.

Todo era culpa de Nicolás y de su tía.

Los dos eran los únicos culpables de sus desgracias actuales.

De repente, tocaron el timbre de su departamento y tardó exactamente un par de segundos en darse cuenta de que era su puerta la que sonaba.

«¿Pero quién podía ser a estas horas?», se preguntó con el ceño fruncido, extrañada. 

Miró su reloj de pulsera y entonces comprobó que eran pasadas las diez de la noche; sin duda, no era el momento oportuno para recibir ningún tipo de visitas.

El timbre sonó nuevamente, más apremiante esta vez y entonces, sintió un poco de miedo.

No le había dado su nueva dirección a nadie.

No tenía amistades cercanas.

—¿Quién es…? 

—Señora Stirling —escuchó la voz de su abogado y al instante su cuerpo se relajó. El señor Castro no era alguien de temer o, al menos, eso esperaba. 

Tampoco era su visita más deseada, pero, por lo menos, no era un asesino serial. De eso podía estar plenamente segura.

Alisándose la falda de su vestido, Regina se acercó a la puerta y miró primeramente por la mirilla para asegurarse de que el abogado se encontrara completamente solo.

En efecto, esto era así.

Una vez verificada la información, abrió la puerta de manera lenta y pausada, tratando de no mostrarse demasiado ansiosa por saber qué hacía en la puerta de su casa.    

—Señor Castro —saludó con fingida sorpresa—, ¿a qué debo el honor de su visita? —agregó con sarcasmo, porque la relación de ambos no había quedado en buenos términos. Desde luego que no, ese hombre había recibido un salario durante años para cuidar de sus intereses y lo único que había hecho era permitir que aquellas hienas se quedaran con todo su dinero.

—Señora Stirling, comprendo que sea a la última persona que desee ver en estos momentos, pero permítame decirle que le tengo muy buenas noticias —concluyó con una sonrisa encantadora, la cual, sin duda, buscaba ser contagiosa, pero no obtuvo el resultado deseado. Porque no. Regina no se contagió con su buen humor, por el contrario, alzó una ceja, despectiva.

¿Y ahora de qué estaba hablando ese sujeto? 

Sintió una pizca de curiosidad y entonces quiso saber con exactitud de qué se trataba todo aquello. 

—Lo escucho —contestó secamente, deseando terminar con esta situación cuanto antes.

—La única manera de recuperar su patrimonio es entablar una demanda de nulidad del divorcio, así su exesposo se verá obligado a devolverle la mitad de sus bienes y, con este dinero, podría intentar sacar a su empresa de la quiebra, ¿qué le parece? —concluyó alzando los brazos en un gesto triunfal como si fuera la idea más genial del planeta.

«Sin duda, su abogado era un completo inepto», pensó Regina, mirándolo con cierto asco. 

¿En verdad esto era lo mejor que se le había ocurrido?

¿Qué le hacía creer que ella deseaba seguir atada a Nicolás? 

¿Acaso había perdido por completo la cabeza?

Aparentemente, sí, porque el hombrecito continuó sonriendo de aquella manera estúpida.

¡Iba a matarlo!

Desde luego que no haría tal cosa, aunque… 

De repente la idea no le pareció tan descabellada.

Pero faltaba algo.

Algo que no podía quedar inconcluso. 

—¿Y qué hay de mi tía? ¿Acaso no devolverá lo que se robó?

—Su tía es otra historia, señora Stirling —le comunicó el abogado con un gesto de pesar—. Al momento de su esposo abandonarla, la única pariente cercana que le quedaba era ella. Así que creo que puede alegar esto para justificar sus malos manejos; aun así, entablaremos una demanda para tratar de recuperar algo del dinero. Aunque le advierto que la señora Mónica es una mujer muy astuta —dijo el abogado con recelo, después de todo, aquellas dos mujeres eran familia, así que no quería que se tomara a mal su comentario—. Me temo que es posible que haya estado desviando fondos a cuentas en el extranjero. Pero sobre esto no poseo ninguna prueba, señora. 

—Entiendo. 

Regina se sentó en el sillón y caviló profundamente al respecto. Evidentemente, la idea de seguir atada a Nicolás no le gusta, pero si esa era la única opción que le quedaba, entonces haría lo que sea con tal de recuperar lo que le pertenece.

—Entabla la demanda de nulidad del divorcio —ordenó con convicción. 

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App