Lo primero que notó Regina al entrar a ese tribunal era que Nicolás no se encontraba por ninguna parte, esto le dio un mal presentimiento, pero pensó que, a pesar de su ausencia, el juez podía tomar una decisión, de hecho, esto parecía ser un tanto beneficioso.
Esperaron entonces con paciencia, mientras el juez hacía su aparición, dándole tiempo a Nicolás de que pudiera aparecer también. Pero no lo hizo. Su abogado dio un último vistazo a los argumentos de su demanda, preparándose para defenderla, como debió haberlo hecho hacía varios años atrás. De pronto, hubo un silencio general y entonces las figuras de autoridad se materializaron frente a sus ojos, adoptando cada uno de ellos sus respectivos asientos en ese tribunal. El juez miró con el ceño fruncido hacia el asiento del acusado, el cual se encontraba completamente vacío. Dio entonces un golpe en la madera con el mazo y comenzó con el juicio. —Estamos aquí para deliberar sobre la demanda de nulidad de divorcio interpuesta por la señora Regina Stirling —su voz era firme y autoritaria, abarcando toda la atención de la sala. El abogado de Regina se levantó en el acto y comenzó a pasearse por el lugar, haciendo contacto visual con todos los presentes, especialmente con el jurado. —Su señoría, el divorcio fue obtenido de manera fraudulenta mientras mi clienta permanecía en estado de coma —explicó la situación a grandes rasgos—. Nicolás Davies se aprovechó de su condición vulnerable para tomar posesión de bienes que no le correspondían. Solicitamos entonces la nulidad inmediata del proceso y la restitución del patrimonio de la señora Stirling. En ese momento, la puerta del tribunal se abrió de golpe e irrumpió en la estancia un agitado y alterado Nicolás. Detrás de él, venía aquella mujer a la que Regina rápidamente logró reconocer: era Alicia, su supuesta amiga de la infancia. «¿Cómo se atrevía a presentarse con su amante?», pensó de pronto, sintiéndose muy ofendida por la presencia de la susodicha. Pero para estas alturas del partido, ya nada debería de sorprenderle. Verdaderamente, esta versión de Nicolás era bastante desagradable. —Disculpe, su señoría. Se me ha presentado un inconveniente que me ha imposibilitado llegar a tiempo —se disculpó con voz agitada, esperando que aquellas escuetas y simples palabras fuesen suficientes para permitirles de nuevo su participación en el proceso. El juez pareció pensar muy seriamente si debería de aceptar esa insulsa excusa y dejarlo participar en el juicio o si, por el contrario, debería de hacerlo ver como un acusado en rebeldía. —Bien. Entre —le concedió entonces la oportunidad de estar presente. Regina se tensó en su asiento cuando vio a Nicolás aproximarse en su dirección, se veía tan bien, justo como lo recordaba: alto, formidable, perfecto. Pero su belleza era cruel. Era un diablo en cuerpo de ángel y lo odiaba por engañarla por tanto tiempo. Un momento después, Nicolás se había acomodado en su asiento, cruzándose de brazos, mientras su abogado procedía a justificarse por todos los medios. Si es que podía hacer tal cosa, aunque, Regina lo dudaba mucho, pero, aun así, ese par lo intentó muy bien. —Todo se hizo conforme a la ley —objetó el letrado con calma, aunque un destello de nerviosismo traicionó brevemente sus palabras. Pero no tenía más opción, debía continuar y defender lo indefendible—. No fue un fraude, sino una decisión necesaria. La carga de un matrimonio como ese, un matrimonio en el que una de las partes ya no estaba presente, era un peso insoportable para mi cliente. Entiéndase que mi cliente no quiso separarse de Regina. La decisión de hacerlo fue lo mejor para los dos. Regina bufó en su asiento sin poder contenerse. ¿Y ahora de qué estaba hablando ese hombre? ¿Mejor para los dos, en qué sentido? El único que había salido beneficiado de aquella separación había sido él, adueñándose de su patrimonio, cosa que ya había admitido. —¿Mejor para los dos? ¿De qué está hablando usted? —no pudo refrenarse y lanzó la pregunta al aire. —Señora, mi cliente no estaba obligado a permanecer a su lado. ¿O es que acaso no se ha puesto a pensar en cómo sería su vida si usted nunca se hubiera despertado? —la encaró firmemente—. ¿Quería que el señor Davies fuera infeliz por el resto de su vida? ¿Era eso lo que esperaba? Todos los ojos se posaron en ella como si esperaran una confirmación a aquellas crueles palabras, como si de pronto se hubiera convertido en una mujer egoísta, en la villana en esta historia mal contada. Regina miró a su abogado, buscando un poco de claridad respecto a lo que debía hacer a continuación. El hombre negó ligeramente con la cabeza, haciéndole ver que no debía decir ni una palabra que pudiera ser utilizada en su contra. Después de todo, conseguir la nulidad del divorcio era la única alternativa que tenía para impedir que la empresa de su familia terminara en la bancarrota.