No sé cuánto dormimos, pero por el sol que entraba a través de mis cortinas, parecía que hacía mucho que había pasado el mediodía. Me despertó un molesto y repetitivo timbre en la puerta.
—¡Dios! ¿Qué hora es? —dije mientras me levantaba buscando mi móvil—. Mierda… —Tenía dieciséis llamadas perdidas y muchísimos WhatsApp—. Pau, levanta.
Él se levantó a la primera y me dirigió una radiante sonrisa.
—¿Qué hora es?
—Las tres y media de la tarde.
—Joder, qué tarde… Y qué hambre.
—¿Sabes dónde está mi ropa interior?
Él comenzó a reírse.
—Pues nuestra ropa está esparcida desde la panadería hasta aquí, como las miguitas del cuento de Hansel y Gretel, pero en versión porno.
—Vale, joder —dije, nerviosa, buscando algo que ponerme.
—Espera, ven aquí —me dijo con una sonrisa, cogiéndome de la mano y haciéndome acercarme a él—. Lo primero: buenos días —y me besó tiernamente en los labios.
En ese momento, mi cabeza hizo un "set up". Ya no tenía mil llamadas perdidas, ni sonaba el timbre. Solo esta