24

No sé cuánto dormimos, pero por el sol que entraba a través de mis cortinas, parecía que hacía mucho que había pasado el mediodía. Me despertó un molesto y repetitivo timbre en la puerta.

—¡Dios! ¿Qué hora es? —dije mientras me levantaba buscando mi móvil—. Mierda… —Tenía dieciséis llamadas perdidas y muchísimos WhatsApp—. Pau, levanta.

Él se levantó a la primera y me dirigió una radiante sonrisa.

—¿Qué hora es?

—Las tres y media de la tarde.

—Joder, qué tarde… Y qué hambre.

—¿Sabes dónde está mi ropa interior?

Él comenzó a reírse.

—Pues nuestra ropa está esparcida desde la panadería hasta aquí, como las miguitas del cuento de Hansel y Gretel, pero en versión porno.

—Vale, joder —dije, nerviosa, buscando algo que ponerme.

—Espera, ven aquí —me dijo con una sonrisa, cogiéndome de la mano y haciéndome acercarme a él—. Lo primero: buenos días —y me besó tiernamente en los labios.

En ese momento, mi cabeza hizo un "set up". Ya no tenía mil llamadas perdidas, ni sonaba el timbre. Solo esta
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