La semana había comenzado como todas las semanas. No había tenido noticias de él, solo miraditas momentáneas en la puerta del colegio. Y el hola y adiós reglamentarios. Pero yo notaba esa conexión, ese calambre, cada vez que nuestros ojos se cruzaban, aunque fuera por un segundo. Estaba nerviosa, y se notaba.
—¿Qué te pasa? Desde la fiesta estás muy rara.
—Qué va, ¿qué dices?
—Que estás muy rara.
—Nada, cansada —di la primera excusa que se me pasó por la cabeza—. Esto de los colegios es una secta. Mira, desde que estoy en el grupo de WhatsApp del cole, cada mañana quiero lanzar el móvil por la ventana.
—Claro, es tu primer grupo de WhatsApp del cole.
—Cada día, una se levanta y pone “buenos días”, y detrás, veinticuatro “buenos días” más. Hoy el niño no va a ir al cole, que está enfermo. “Que se mejore, que se mejore”... veinticuatro veces más. Yo me levanto a las cinco.
—Te juro que, si de mí dependiera hacer el pan, la peña iba a mojar el huevo frito con los nudillos. Pasa del grupo