A la salida del colegio chispeaba, y tenía clarísimo que a Leia no le iba a dar la gana andar hasta casa. Y hacía un frío de mil demonios como para que nos mojáramos las dos.
Así que fui cargada con el cochecito, el plástico y todos los enseres. A veces me acuerdo de esos días en los que pillaba el bolso y salía por la puerta. Qué lejanos parecen… ahora, cada vez que salgo por la puerta, parece que me estoy mudando.
Mi primera lucha fue conseguir que se sentara en el cochecito mientras esperaba que Lorena recogiera a todas sus hijas. Y lo conseguí, pero mi hija no es convencional. Empezó a sacar la cabeza por el agujero que quedaba entre el respaldo y la capota del cochecito. Iba sacando la cabeza y chillando tonterías. Insultos medio inventados de niña de tres años. Dios, qué malo es el cole. Yo tenía una princesita dulce y delicada y, en unos meses, me la cambiaron por un miniestibador de puerto. Odio a las hijas de Lorena.
—¿Que ya has probado a tu amiguito?
Ah, el amiguito al que