No tardó nada en llamarme. Me enteré de que se llamaba Carlos. Que ya era hora, pero que, por mucho que me empeñara en llamarle “agente”, tenía que tener un nombre. Quedamos para el viernes por la noche. Lorena me hacía de canguro, aunque, para ser sincera, no me quedaba tranquila dejando a mi hija con sus hijas. El contacto con ellas no le iba bien.
Pero en ese momento me pareció más apremiante solucionar mi problema de sequía sexual que educar correctamente a mi hija para ser una señorita. Pensándolo bien, si se iba a criar en este barrio, ya le iba bien ser un poco macarra.
Quedamos en un pub del barrio. Eran las siete de la tarde. Lo primero que pensé: A ver si es demasiado joven y tiene toque de queda. Pero pensar si era muy joven o no se me pasó cuando lo vi entrar. Si el uniforme le quedaba tan bien que parecía un stripper, no quiero decir cómo le quedaba la ropa de calle. Llevaba unos pantalones tejanos pitillo tan apretados que parecían una segunda piel, y la camiseta negra,