Desde que volví a vivir por segunda vez, siempre me sentía como si hubiera olvidado algo.
Hoy, un comentario sarcástico de Nicole, que pretendía ser insignificante, hizo que de repente lo recordara.
En mi vida pasada, después de que mi hija y yo fuimos encerradas, le supliqué desesperadamente a William.
Le dije que éramos su esposa e hija, que cómo podía tratarnos de esa manera.
William, sin embargo, respondió con frialdad:
—¿Esposa e hija? ¿Estás segura de que ella es mi hija?
Me quedé helada.
—¿Qué carajos estás diciendo?
William estalló:
—¡No te hagas la inocente, Amelia! Tú y Samir llevan mucho tiempo juntos, ¿no?
Mi cuerpo se estremecía.
Mientras el hecho de que había perdido la cabeza era obvio en sus espeluznantes ojos, continuó:
—¡No creas que no lo sé! El día en que cometí aquel error casi fatal en el trabajo, fue porque vi el registro de una habitación de hotel que compartiste con Samir.
—Y luego, cuando más te necesitaba, desapareciste una semana entera con la excusa de que