80. Cuñada
Rashel apenas comenzaba a acostumbrarse a la idea de que aquel lugar era su hogar, el que había construido Valerik para ella, donde los hijos de ambos crecerían. Esa mañana, Valerik se había marchado temprano.
Su hermano lo llamó por una misión que no podía posponer y que seguro incluía una advertencia por parte de Dimitry. Su despedida había sido tierna, cargada de promesas murmuradas al oído y una caricia final sobre su vientre.
—Vuelvo pronto, princesa.
Ella había recorrido la casa en busca de algo que hacer hasta que sin previo aviso, Anastasya apareció.
Lucía impecable como siempre llevando un abrigo largo de color negro, lentes de sol oscuros, el cabello recogido en una coleta alta haciéndola ver muy estilizada y hermosa.
Nada más al verla le dio una sonrisa ladeada que no prometía nada bueno.
—Bueno, hola cuñadita.
La pelinegra sonrió sin poder evitarlo y le dio un abrazo a Anastasya quien se tensó pero poco a poco le correspondió al abrazo brevemente.
—Hola, no te esperaba —sa