Ya en su cuarto, Maia se sentía una tonta. Mientras se quitaba la ropa que usó para salir con Théo, se sorprendió mirando la braga que había decidido ponerse aquella noche, dándose cuenta de lo idiota e infantil que estaba siendo.
Incluso acostada en la cama, no conseguía dormir y, de hora en hora, echaba un vistazo al cuarto de Théo para ver si ya había llegado a casa.
Cuando amaneció, antes de ir al cuarto de su hija, pasó por el cuarto de Théo otra vez y percibió que la cama estaba igual que cuando él salió. Enseguida, un sentimiento malo se instaló en su pecho. Si él no había dormido en casa, sin duda estaba con alguna mujer por ahí.
Una ola de celos recorrió su cuerpo y, aunque intentara expulsar esos sentimientos, aquello estaba siendo más fuerte que ella, consumiéndola por completo.
«No seré un marido fiel». Recordaba lo que él dijo cuando se casaron.
Intentando dejar aquello de lado, fue al cuarto de la hija, encontrándose con Júlia, la cuidadora de Lis.
—Buenos días, Maia. —L