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El ambiente en la mesa del desayuno estaba extraño. Nadie podía negar que Maia era el centro de las atenciones, ya que todos, tarde o temprano, le lanzaban miradas mortales de soslayo. La pobre solo no salió corriendo de allí en ese momento por la presión y la amenaza que Théo le había hecho antes.

—Creo que, como han llegado de viaje hoy, pasarán el día descansando, ¿no es así? —Théo preguntaba a la pareja que estaba en la mesa.

—Bien, no estamos tan cansados así, pero descansaremos aquí. Sin embargo, estamos muy entusiasmados por conocer la ciudad.

—Estoy seguro de que les encantará; espero que se diviertan mucho.

—¡Tú los llevarás! —dijo Joaquim.

—¿Qué?

—Eso mismo que oíste; mientras ellos estén aquí, quiero que los lleves a conocer la ciudad.

—Abuelo, no quiero parecer irrespetuoso, pero usted sabe que soy un hombre muy ocupado.

—No te preocupes por eso, ya llamé a la empresa y me informaron que no tienes ningún compromiso importante por estos días, así que quedarás encargado de m
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