El consultorio del obstetra se abrió mientras una enfermera salía y llamaba a Victoria por su nombre. Alma se puso de pie de inmediato, pero el hombre la detuvo antes de que pudiera dar un paso.
—Entraré yo con ella, quédate aquí —dijo con autoridad.
La expresión arisca de Alma cambió cuando su jefe le habló, y solo bajó la mirada con asentimiento.
—Lo que usted diga, señor —respondió con resignación.
No podía mostrar cuánto le molestaba que su jefe se preocupara por Victoria, pero no por eso dejaba de sentirlo. Y más aún cuando era testigo de cómo, a pesar de que Victoria estaba cautiva, él seguía queriendo que estuviera lo más cómoda posible.
La tensión en el aire era palpable mientras el hombre y Victoria ingresaban al consultorio, dejando a Alma sola en el pasillo con sus pensamientos y emociones encontradas. A pesar de sus propios sentimientos, sabía que debía obedecer las órdenes de su jefe y mantenerse en su lugar, incluso si eso significaba presenciar cómo él cuidaba de la muj