Victoria se sentó en aquella silla dentro de su confinamiento, su rostro era un poco más pálido por la falta de sol y sus ojeras se pronunciaron al tener días sin poder dormir bien. El encierro y la incertidumbre habían dejado su marca en ella, pero a pesar de todo, su determinación seguía firme. Apretó los puños con fuerza, recordando que no solo luchaba por su propia libertad, sino también por la seguridad de su hijo que crecía dentro de ella. Aunque cada día era una nueva prueba de resistencia, se aferraba a la esperanza de que algún día volvería a ver la luz del sol y estaría libre junto a su familia una vez más.
La puerta de su habitación fue abierta dejando pasar a Alma, ella era la sirvienta que la atendía, quien le llevaba de comer y la aseaba. No parecía muy amable, pero Victoria no creía que ignorara que ella se encontraba en ese lugar en contra de su voluntad. Alma entró con una bandeja de comida en las manos, con su expresión impasible.
—Aquí está tu comida —dijo Alma, col