El aire que se respiraba era pesado. La ruidosa alarma de la presión comenzó a sonar, y los gritos de los guardias para que los reos se levantaran inmediatamente resonaban cerca de su oído, junto con los golpes en los barrotes.
Era un día más, un día más de su infierno. Zoé se puso de pie en el espacio que usaba para dormir, porque esa piedra fría y dura no se le podría llamar cama. La realidad de la prisión era cruel y despiadada, y cada día parecía una repetición interminable de su condena.
Entre el bullicio de la prisión, Zoé recordó su vida anterior. Pero esos recuerdos ahora parecían lejanos, como si pertenecieran a otra persona. La identidad de Zoé estaba marcada por el tiempo trascurrido entre rejas, por la hostilidad del ambiente que la rodeaba y por las decisiones que la llevaron a ese lugar.
Mientras se levantaba en la penumbra de la celda, Zoé se preparaba mentalmente para enfrentar otro día en ese oscuro laberinto de cemento y acero. Su rostro reflejaba la dureza y la resi