Victoria sonrió al ver la dulce carita de su bebé. Aunque no recordaba su embarazo, claramente la conexión de madre e hijo estaba presente.
Acarició cuidadosamente su bracito mientras se encontraba en la incubadora. Aunque el doctor les había dicho que no corría ningún peligro, su corazón de madre no podía estar tranquilo hasta que por fin tuviera a su hijo entre sus brazos y se lo pudiera llevar a casa.
La confusión de no recordar su embarazo se mezclaba con el instinto profundo y natural de proteger y cuidar a su hijo. Cada movimiento pequeño y cada respiración del bebé la llenaban de esperanza y determinación.
El hombre que se hacía pasar por su esposo entró en la sala, observando la escena con una sonrisa calculada.
—¿Cómo está nuestro pequeño? —preguntó, acercándose y colocando una mano en el hombro de Victoria.
—Está bien, pero no puedo esperar a tenerlo en mis brazos —respondió ella, sin apartar la vista de su hijo.
—Pronto lo tendrás. Todo saldrá bien, te lo prometo —dijo, tra