César se desplomó sobre el suelo sintiendo un remolino de emociones en su interior. Aquella mujer no era su esposa, no era Victoria, pero eso no le hacía sentir ningún consuelo. Seguía sin saber nada de ella y creía que poco a poco estaba perdiendo las esperanzas de encontrarla.
Oliver se acercó, arrodillándose junto a su hermano, colocando una mano reconfortante en su hombro.
—Hermano, lo siento. Realmente pensé que habíamos encontrado algo esta vez —dijo Oliver, su voz llena de pesar.
César respiró hondo, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Se sentía atrapado en una pesadilla sin fin, con cada pista convirtiéndose en un callejón sin salida.
—No puedo seguir así, Oliver. No puedo seguir buscando y encontrando nada. Estoy perdiendo la esperanza —admitió César con voz quebrada.
Oliver lo miró con compasión, entendiendo la profundidad de su dolor.
—Lo sé, César. Pero no podemos rendirnos. Victoria está allá afuera en algún lugar, y mientras no sepamos qué l