En el hospital
El despertar de Kristal fue confuso, un instante de sombras y murmullos hasta que la realidad la golpeó con fuerza.
Parpadeó, su visión aún borrosa por el cansancio y el dolor, hasta que distinguió las batas blancas de las enfermeras moviéndose a su alrededor.
Un terror instintivo le oprimió el pecho cuando sintió su vientre vacío.
—¡Mi bebé…! —jadeó, con la voz entrecortada, llevándose las manos al abdomen.
Una de las enfermeras se acercó con expresión serena, intentando calmarla.
—Tranquila, señora, su hijo está en la incubadora. Es muy pequeño y está enfermo, pero está luchando.
Kristal sintió cómo las lágrimas brotaban sin control, recorriendo su piel febril.
Un vacío helado le perforó el alma. Su hijo… su pequeño… solo imaginarlo frágil, indefenso, batallando por respirar, le hacía sentir como si el mundo entero se desplomara a su alrededor.
En ese momento, Eugenia entró a la habitación, su expresión era de cautela, pero Kristal ni siquiera se fijó en ella.
—¿Dónde