Giancarlo y Roma iban en el auto.
Él tomó su mano, entrelazando sus dedos con suavidad.
—¿Estás bien? —preguntó Giancarlo, su voz grave pero cargada de preocupación.
Roma asintió lentamente, mirando hacia el frente sin realmente ver.
La imagen de Alonzo gritando su nombre aún resonaba en su mente, y aunque intentaba mantener la calma, su corazón seguía latiendo con fuerza en su pecho.
—Lamento esto... —dijo, su voz temblorosa. Era un susurro, como si hablar en voz baja pudiera mitigar el dolor de la situación—. Lamento que haya intentado arruinar todo esto... Pensé que se iría humillando, que vería lo que había hecho, pero nunca imaginé que llegaría tan lejos.
Giancarlo, al escuchar sus palabras, no pudo evitar acercarse más, hasta casi tocar su rostro con el suyo.
Le besó los labios con dulzura, un beso cargado de promesas y consuelo.
—¿Sabes? En el fondo, lo entiendo... —susurró Giancarlo, con su tono firme y cálido. Sus ojos reflejaban una pasión por Roma que la hacía sentirse compl