Matías la llevaba en brazos, apretándola contra su pecho como si fuera lo único que realmente le perteneciera.
La sacó de la fiesta sin importar las miradas, los murmullos, ni las voces que se alzaban detrás de ellos, burlonas y sorprendidas. La furia que ardía en su pecho era más fuerte que cualquier reproche.
—¡Actúas como un loco celoso, Matías! —gritó Fernanda, luchando por zafarse de su agarre.
—Sí, ¿y qué? —respondió él, la voz grave y rota por la rabia—. Estoy celoso. Eres mía, y no voy a soportar que nadie, nadie, se acerque a ti.
—¡Eres un loco tóxico! —su voz se quebró, pero la furia en sus ojos seguía siendo feroz—. Él es solo un amigo.
Él la bajó de un golpe, la hizo mirar su rostro, y en sus ojos brillaba algo más que celos: era un miedo visceral.
—¿Amigo? —dijo con un tono mordaz—. Ese hombre no te ve como una amiga. ¿Acaso no has visto su mirada? Siente algo por ti, Fernanda. Y no voy a permitir que ni siquiera te toque.
Las palabras de Matías caían como puñales, pero Fe