Capítulo: Juega juegos tontos.
Roma abrió los ojos de golpe, su respiración era errática y su corazón latía con fuerza en su pecho.
Por un momento, la confusión la envolvió como una espesa niebla.
¿Dónde estaba?
La habitación tenía un aroma a madera y humedad, las cortinas pesadas apenas dejaban entrar la luz del atardecer.
Todo parecía tan… ajeno.
Pero entonces, sus ojos se encontraron con una figura en la penumbra.
Alonzo Wang estaba sentado en una silla de madera, con los codos apoyados en sus rodillas y la barbilla descansando sobre sus manos entrelazadas.
Sus ojos, oscuros y severos, la observaban sin pestañear, como si estuviera esperando el momento exacto en que ella despertara.
—Despertaste, bella, durmiente —murmuró con una sonrisa amarga—. ¿Recuerdas que era el cuento favorito de Benjamín?
El nombre de su hijo fue un puñal directo al pecho de Roma.
Su respiración se agitó, y sin pensar, se incorporó de golpe.
Su mirada estaba llena de fuego, su rabia se desbordaba como un río incontenible.
—¡Imbécil! —grit