Cuando Sabrina abrió los ojos aquella mañana, ya era pasado el mediodía. A pesar de que el sol brillaba con fuerza y el día avanzaba, decidió quedarse un poco más en la cama, disfrutando del cálido abrigo de las sábanas y la paz que el momento le entregaba. Su mirada se mantenía fija en el techo, mientras sus dedos rozaban involuntariamente sus labios, recordando el beso compartido con Edwards la noche anterior. Una sonrisa boba se instaló en su rostro, una mezcla de alegría y emoción que la hacía sentir ligera, renovada y su corazón ya no dolía como antes.

Era como si con un simple gesto, Edwards hubiera calmado todos sus demonios internos, como si su solo toque hubiera cicatrizado las heridas que Joaquín dejó.

Sin embargo, esa sensación de ensueño fue interrumpida por unos golpecitos suaves en la puerta, ¿sería Edd? Al principio, pensó en ignorarlos, pero luego, con un suspiro resignado se levantó de la cama arrastrando un poco los pies. Al abrir la puerta, se encontró con una anima