—Con lo poco que ganamos, el señor Esteban ni se molesta en descontarnos nada —comentó Ted con una sonrisa tranquila—. Al contrario, en Navidad o en otras festividades, nos hace transferencias generosas como recompensa.
—Entonces si algún día me divorcio del señor Esteban y no consigo trabajo, me postularé como empleada doméstica en esta casa —bromeó Serena—. Total, aquí se come, se duerme, y hasta hay viajes internacionales una vez al año. Ted, tú eres quien se encarga de contratar, ¿verdad? Con lo bien que nos llevamos, seguro me das el puesto.
Ted negó rotundamente con la cabeza.
—Eso no se puede, señora. Aunque tiene la formación necesaria, su perfil profesional no se ajusta. No puedo andar metiendo gente por favoritismo.
—¿En la familia Ruiz hasta para limpiar hay que tener carrera afín? —refunfuñó Serena.
En fin...
¿Quién no diría que el señor Esteban era increíble? Mantenía esta mansión y a todo el personal sin pestañear.
Si la casa fuera de Serena, seguro la llevaría a la quie