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Capítulo 4: El testamento.

—Tengo otros asuntos importantes que atender —respondió Eduard, visiblemente molesto.

—Deseo aclarar el malentendido que provocó mi secretaria al atenderlo en el hotel —le explicó Ismael.

—No hay nada que aclarar, señor Ismael. La actitud de la recepcionista es inaceptable y exijo su despido —dijo Eduard, muy enojado.

—Le agradezco por su visita y lamento sinceramente las molestias ocasionadas; le ofrezco una disculpa tanto de parte del hotel como mía —respondió Ismael.

Eduard salió de la oficina tratando de contener su enojo, dirigiendo una mirada fulminante a la otra recepcionista. Al abandonar el hotel, subió a su coche y se dirigió a casa.

***

Ismael salió de la oficina bastante molesto y se acercó a la recepción.

—Marcela, ven conmigo a la oficina—anunció.

Marcela, intentando calmar sus nervios, se levantó de su escritorio y lo siguió hasta la oficina de Ismael. Una vez dentro, tomó asiento para conversar.

—Marcela, por favor, dime tu versión sobre el malentendido—le dijo Ismael, con un tono serio.

Marcela respiró profundo, intentando calmar su nerviosismo, y le dijo al jefe:  

—Señor, no supe cómo atenderlo, le pido disculpas, pero no quiero perder este trabajo, lo necesito— y las lágrimas comenzaron a brotar.  

—Retírate del hotel; luego te comunicaré mi decisión sobre tu despido— respondió Ismael, con firmeza.  

—Está bien, señor Ismael— aceptó Marcela, resignada ante la situación.

Marcela tomó su bolso y salió de la oficina, sin poder evitar las lágrimas; no quería perder su trabajo, especialmente ahora que lo necesitaba más que nunca para ayudar a su abuela. Al llegar a la parada de taxis, subió a uno que la llevó a casa. Recordó que su abuela le había enseñado a hacer galletas y pensó en vender algunas para reunir un poco de dinero y poder pagar la medicina de su abuela.

Días después…

Eduard recibió una llamada importante del abogado de la familia. Al tomar su móvil, respondió sorprendido:

—¡Saludos, abogado! ¿A qué se debe su llamada?—dijo Eduard.

—Hola, señor Eduard. Necesito hablar con usted y su familia para cumplir la última voluntad de su abuela Martina—informó el abogado Tomás.

—Voy a reunir a la familia y luego lo llamaré para que venga a casa—respondió Eduard, sintiéndose preocupado.

—Perfecto, señor Eduard, no se tarde—contestó el abogado antes de colgar.

Después de trabajar en una importante empresa de marca, Eduard se retiró de la oficina, se subió a su auto y se dispuso a contarle a su familia sobre el abogado.

Al llegar a casa, Eduard estacionó su auto en la entrada, entró y se dirigió a la sala para hablar con su familia.

—Familia, recibí una llamada del abogado; quiero cumplir con la última voluntad de la abuela—les explicó Eduard.

Al principio, no hubo respuesta, pero luego su tío Hugo intervino:

—Sobrino, dile que venga de una vez para aclarar qué quiere el abogado—decidió firmemente.

—Voy a llamar al abogado y quiero que todos se reúnan en la biblioteca—indicó Eduard.

Los familiares de Eduard se encaminaron a la biblioteca, mientras él tomó su móvil y llamó de inmediato al abogado.

—Abogado, ya me comuniqué con la familia; puede venir hoy—le informó.

Luego de que Eduard, terminó de hablar con el abogado se dirigió a la biblioteca, tomó asiento. Posteriormente llegó el abogado, quien se estacionó en la entrada y tocó la puerta. La empleada le permitió entrar y lo condujo hacia la biblioteca.

—Señor Eduard, el abogado ha llegado —anunció la empleada al pasar.

—Que pase, y gracias—ordenó Eduard mientras tomaba un sorbo de su bebida.

El abogado se sentó, abrió su maletín, sacó unos documentos y dijo: 

—Saludos, señores Castillo Meléndez. ¿Estamos todos reunidos? —preguntó antes de continuar.

—Si todos estamos aquí, abogado —le dijo Eduard—, puedes seguir adelante.

—Voy a proceder con la lectura del testamento de su abuela Martina—dijo el abogado.

Yo, Martina Castillo Meléndez, en pleno uso de mis facultades, redacto este testamento donde nombro a mis herederos: Eduard Castillo Meléndez, Sandra Castillo Meléndez y León Castillo Meléndez. Deseo que mi abogado, Tomás, sea el encargado de su ejecución.

A mi querida nieta, Sandra Castillo Meléndez, le dejaré una parte de la empresa, la casa ubicada en la cabaña y una suma de dinero.

A mi nieto León, le dejaré una suma de dinero, un yate en la playa Boca Chica y ciertos negocios.

A mi nieto Eduard Castillo Meléndez, le confiaré la gestión de la empresa y otros negocios, además de una cantidad de dinero a su nombre. Sin embargo, deberá cumplir con una cláusula importante: enamorarse de una buena mujer, casarse con ella y tener un hijo de ese matrimonio. Si no se cumple esta condición, el dinero se destinará a un hogar para niños necesitados.

Al finalizar la lectura del testamento, el abogado distribuyó diferentes sobres con las partes que correspondían a los herederos de la familia. Sin embargo, no le entregó a Eduard la parte que le correspondía. 

—Señor Eduard, debe cumplir con la última voluntad de su abuela. Si lo hace, toda su herencia será destinada a la casa hogar—declaró el abogado.

Eduard dejó caer el vaso de su bebida, intentando controlar su ira, pero no pudo evitar estallar. 

—No tengo por qué casarme. Hablé con ella antes de que muriera y no me gustan los niños, los matrimonio me repugna—exclamó Eduard.

—Solo estoy cumpliendo con la última voluntad del testamento de su abuela. Debe reconsiderar su postura—respondió el abogado antes de marcharse.

Su prima, Sandra, acompañó al abogado hasta la puerta, se despidió d

e él y los demás familiares salieron de la biblioteca, dejando a Eduard solo en el lugar.

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