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Capítulo 4: El ADIOS DE LA ABUELA

El rostro de la abuela Martina se transformó, su respiración se volvía más pausada y acelerada. El intenso dolor aumentaba, y su nieta Sandra, al observar a su abuela padeciendo por el malestar, presagiaba que no iba a resistir mucho. Intentó reprimir sus lágrimas, pero era imposible no llorar al observarla en esa situación. Inhaló profundamente y, con las manos temblorosas, tomó el móvil y empezó a llamar a cada uno de los familiares para que se juntaran y se despidieran de la abuela. Le llamó a su madre Valeria.

—¡Mamá, por favor responde!—exclamó Sandra, asustada y con el corazón latiendo rápido.

La llamada no se estableció, fue directamente al buzón y Sandra grabó un mensaje.

Mamá, mi abuela no está bien. Ven pronto a la casa.

Sandra, marcó velozmente el número de su padre Víctor, en el teléfono y efectuó la llamada.

—Papá, por favor, contéstame—dijo Sandra, cada vez más asustada.

Hola, mi niña, ¿qué sucede? —inquirió Víctor mientras atendía la llamada en medio de una reunión.

—Papá, la abuela no se encuentra bien. ¡Ayuda! No sé cómo actuar —gritó Sandra entre lágrimas.

Al notar el miedo en la voz de su hija, Víctor salió apresuradamente de la sala de reuniones para ayudarla.

—Tranquiliza, mi pequeña. No llores más, eso me entristece. Tu abuela va a sanar e intenta respirar, si no lloras —respondió Víctor con cariño hacia su hija.

—No quiero quedarme sin abuela, papá —lloró Sandra, impactada por el temor.

—Hija mía, comprendo que sientes mucho temor, pero intenta calmarte. ¡Sandra, ¿me oyes? ¿Estás ahí? —preguntó Víctor, dirigiéndose a su hija.

—Claro, papá. Aquí estoy, solo siento temor —dijo Sandra, sintiéndose asustada.

—Contacta a tu mamá Valeria o a tu primo Eduard para que te asistan, no te preocupes, todo estará bien. Por favor, hija mía, intenta calmarte Solo salgo de la reunión y tomaré un vuelo hacia la casa de tu abuela—le dijo afectuosamente Víctor antes de finalizar la llamada.

—Gracias, papá. Gracias por tus recomendaciones. Ya hablé con mi madre, pero no responde, voy a llamar a mi primo Eduard—le comenta Sandra.

Al concluir la llamada, Sandra contactó el celular de su primo Eduard. No deseaba llamarlo porque siempre estaba muy ocupado.

—¿Hola? Buenos días, lamento haberte molestado, pero la abuela no se encuentra bien —comentó Sandra con voz vacilante.

—Hola, prima. ¿Qué ocurre? —¿Le ocurrió algo a la abuela?—pregunta Eduard ansioso.

—La abuela no se siente bien, tiene problemas para respirar—le comentó Sandra. Al oír que su abuela tenía dificultades para respirar.

—¿Cómo es que mi abuela no puede respirar? ¿Por qué demonios no me llamaste antes? Ya estoy saliendo para allá, pobrecita mi abuela, cómo se debe sentir. —dijo Eduard con tristeza en el corazón.

—No llamé porque estabas ocupado con tus reuniones, pero no sé qué hacer, la abuela no necesita—dijo Sandra, respirando con dificultad.

—Perdona Sandra, agradecemos que cuides de nuestra abuela mientras nosotros trabajamos. Lamento no haber respondido la llamada antes, ya que es una situación de emergencia. La abuela estará bien, intenta calmarte y llama a nuestros tíos para que vengan a la casa a ayudarte. Iré enseguida para allá—le dijo Eduard tratando de mantener la calma y ser sensato.

—Esta bien primo, no te preocupes. No debes agradecerme —dijo Sandra abres de colgar la llamada.

Sandra se aproximó a su abuela Martina, la abrazó con afecto, mientras las lágrimas llenaban sus ojos, consecuencia de su tristeza. Al observar a su abuela lamentándose por el fuerte dolor.

Busco una tableta en la mesita de noche, vertió un poco de agua en un vaso para dársela a su abuela, pero ella se negó a tomarla.

—No deseo, la píldora llama a mis hijos. No aguanto más. Me encuentro muy mal—le expresó la abuela Martina con dolor, sintiendo una intensa punzada al costado de su corazón.

—Abuela intenta tomarte la pastilla. Es por tu bien, abuela. Sé que te encuentras mal—imploró Sandra, con temor.

—No deseo consumir más medicamentos, estoy agotada de tantas píldoras, este malestar es insoportable—respondió Martina, molesta soportando el sufrimiento.

Sandra respiró hondo, tratando de calmar sus nervios, y rápidamente tomó su teléfono para llamar a su tío Hugo.

—Hola, tío, lamento molestarte. Pero la abuela no se encuentra bien, ¿puedes venir a casa —dijo, Sandra con su voz entrecortada por la preocupación.

—Hola, sobrina. Tranquila, ¿qué le pasa a mi mamá? —preguntó Hugo, su voz cargada de preocupación.

—La abuela. Le cuesta respirar —respondió Sandra, mientras las lágrimas comenzaban a fluir.

—Pobre mi mami. Intenta calmarte, sobrina; voy para allá enseguida —contestó Hugo sintiendo el corazón destrozado.

—Solo ven rápido, tío —le pidió Sandra antes de despedirse.

Tras la llamada, Sandra se dirigió a la cama donde yacía su abuela. La sostuvo de la mano suavemente mientras le susurraba una melodía, una que le encantaba oír. Se detuvo al observar a su abuela padeciendo por el dolor y no pudo contener las lágrimas.

En la compañía Castillo Meléndez, Eduardo intentó enfocarse en la reunión con los inversionistas, pero no podía evitar reflexionar sobre la charla con su prima acerca de su abuela y su condición de salud. Intentando estructurar sus pensamientos, se dirigió a los inversionistas.

—Perdón, necesitamos reprogramar nuestra reunión, tengo una situación familiar y debo irme de inmediato—comunicó Eduard. sintiendo una ligera punzada cerca de su corazón.

—Señor Eduardo, esta junta es fundamental para nosotros; no podemos permitir que nos haga perder tiempo—respondió indignado Héctor.

—Lamento lo sucedido; presento disculpas de mi parte y de la empresa; la reunión queda pospuesta—se disculpó Eduard.

Los inversionistas abandonaron la sala de juntas enfadados, susurrando en tono bajo.

Esta familia no es de fiar; nos hacen perder el tiempo; no comprenden con quién se están enfrentando.

Eduard, dejó la sala de juntas, se dirigió a su oficina, recogió las llaves de su coche y su maletín, y se marchó.

Previo a dejar la empresa, se acercó a su secretaria.

—Por favor, modifica todas mis citas de reuniones—indicó Eduard.

—No se preocupe, jefe; lo haremos de esta manera—le comentó Paulina.

Al abandonar Eduard, la empresa, montó en su auto negro y se fue a casa.

A lo largo del camino, reflexionaba: Dios, te ruego que no me quites a mi abuela.

Eduard, optó por un camino alternativo, dado que había bastante tráfico, para llegar más rápidamente.

Después de un rato, Eduard llegó a la casa. Se estacionó en la entrada, salió del auto y entró, dejando su maletín sobre el mueble.

Se dirigió a la habitación de su abuela, y al ingresar, la vio llorando, claramente afectada por su malestar.

Eduard, se acercó a la cama, la besó en la frente y acarició su cabello castaño rojizo. Su abuela, Martina, con dificultad para respirar. Hablo

—Mi niño, tu abuela quiere despedirse. Sabes que te quiero mucho —expresó Martina, tomando su mano con cariño.

Eduard, No pudo contener las lágrimas y comenzó a llorar.

—Abuela, por favor, no me dejes. Te necesito conmigo —dijo Eduard, sintiendo un profundo dolor en su corazón.

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