Quedate a cuidarme.

Marina presionó los labios, se cruzó de brazos contra su pecho y se acomodó en el sillón. Tomó decisión de no abandonar la habitación bajo ninguna circunstancia, por incómoda que fuera la situación. Al fin y al cabo, esta era la habitación que su abuelo le había dado mientras aún respiraba, un espacio que nadie tenía derecho a arrebatarle, ni siquiera en estas circunstancias tan desafiantes.

Así que, si Sebastián, con toda su arrogancia y obstinación, no deseaba verla o encontrarse con su presencia, simplemente tendría que soportarla, acostumbrarse a compartir ese espacio con ella, respirar el mismo aire y calarse su presencia silenciosa, como una sombra persistente que se niega a desaparecer con la llegada de la noche.

Sebastián, percibiendo el desafío en la postura de Marina, le dedicó una sonrisa enigmática que apenas curvó la comisura derecha de sus labios. Exhaló un suspiro leve, como si estuviera liberando una pequeña fracción. Con un movimiento lento, dejó caer su cabeza sobre
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