Psicópata celoso.
Aunque Mayra tenía razones de sobra para asesinarlo, Anderson sabía que ella no era capaz de hacer tal cosa.
A pesar de las evidencias contra ella, él mantenía su fe ciega en su inocencia. Una vez dudó, y no volvería a cometer el mismo error.
Conocía muy bien a su esposa. Desde que ella tenía diecisiete años y sus ojos brillaban con la inocencia de quien apenas comienza a descubrir el mundo, compartió momentos de tristeza desgarradora, desdicha aplastante y felicidad desbordante que marcaron cada capítulo de su historia común.
A través de las adversidades y triunfos, había aprendido a reconocer sus virtudes más nobles y sus defectos más humanos, catalogándolos en su mente como un bibliotecario que organiza manuscritos preciosos.
Nadie más que él la conocía mejor; y si algo sabía era que su esposa jamás mataría ni una mosca indefensa, mucho menos atentaría contra la vida del hombre que, a pesar de sus problemas, había sido el centro de su universo.
—No voy a creer en tus menti