Planes de destrucción.

Sebastián apartó a Mariana, experimentando una sensación de incomodidad que le recorría el cuerpo entero, convencido de que no era honorable tocar la mujer de otro, porque Mariana no formaba parte de su vida.

Además, reconocía que no sentía por ella ni la más mínima fracción del deseo que experimentaba por su esposa.

Al alejarse, Sebastián giró sobre sus talones, manteniendo su espalda erguida como un muro entre ambos, y pronunció con voz grave que no dejaba lugar a réplicas.

—Por favor, vístete —las palabras salieron como una orden educada, a la vez cargada de una autoridad.

—Sebastián —ella, sin rendirse ante la evidente negativa, se aproximó nuevamente, intentando persuadirlo con técnicas que había empleado exitosamente con otos, convencida de que él, al igual que tantos otros hombres con los que había compartido relaciones íntimas a lo largo de su vida, sucumbiría a sus encantos físicos por ser débil y carecer del control necesario sobre sus impulsos hormonales; no obstante,
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