Falsa acusación.
Tras días agotadores de cuidados intensivos a Anderson, donde las horas parecían estirarse, Mayra se proponía a abandonar el edificio médico, sintiendo el cansancio como una manta de plomo.
Sus ojos, enrojecidos por la falta de sueño y las lágrimas silenciosas que había derramado en la soledad de los pasillos vacíos, apenas podían mantenerse abiertos mientras arrastraba sus pasos por el corredor principal.
La preocupación por la salud de Anderson había consumido cada partícula de su energía, dejándola completamente exhausta física y emocionalmente.
Sin embargo, justo cuando divisaba la salida que prometía un breve respiro de aquella pesadilla, fue interceptada en el pasillo por dos oficiales que se plantaron frente a ella.
—Señorita Pérez, debe acompañarnos inmediatamente a la delegación —anunció uno de ellos con voz autoritaria que resonó en el pasillo, atrayendo miradas curiosas de enfermeras y visitantes que pasaban cerca del incómodo encuentro.
—¿Yo? —completamente desconc