La noche descendió sobre la ciudad con una rapidez cruel, como si el cielo hubiera decidido apagar sus luces de golpe.
Afuera, los rascacielos competían en resplandores, reflejándose en los ventanales del penthouse de Sebastián Moretti.
Dentro, en cambio, el ambiente no estaba impregnado de calma nocturna, sino de una furia sofocada que se expandía como humo invisible.
De pie frente a la barra de la cocina, Sebastián bebía a sorbos un whisky que le ardía en la garganta sin lograr calmar nada.
Aún llevaba puesto el saco, como si no hubiese tenido tiempo de desprenderse del peso del día. El caos mediático lo había acompañado hasta ese refugio, y lo único que anhelaba era ordenar sus pensamientos antes de decidir su siguiente movimiento. Sin embargo, cada vez que intentaba aclarar su mente, el rostro de Isabella aparecía en su memoria.
Recordaba sus últimas declaraciones, su voz firme frente a la prensa y aquella dignidad que no había podido doblegar ni con su ausencia.
Esa imagen lo con