Esta vez… nadie la detendría.
Un grito ahogado brotó de su garganta, tan brutal y visceral que pareció desgarrarla desde lo más hondo, como si una fuerza invisible la estuviera arrancando, con violencia, del fondo de un pozo oscuro donde el alma se ahoga y el cuerpo se niega a seguir durmiendo.
—¡Ahhh! —El alarido desgarrador escapó de sus labios justo antes de que se incorporara de golpe en la cama, como si su cuerpo entero respondiera al impulso primitivo de huir, de defenderse, de romper la línea entre lo onírico y lo real.
Sudorosa, agitada, sus ojos recorrieron la habitación con el pánico todavía palpitando en las sienes, como si el eco de aquel sueño aún tuviera garras que la sujetaban.
Jadeaba, bañada en sudor, con la respiración entrecortada y el pecho subiendo y bajando con violencia, como si hubiese huido corriendo de un infierno que acababa de soltarla. Cada bocanada de aire era una lucha, un intento desesperado por anclar su cuerpo a una realidad que aún no terminaba de reconocer.
El aire frío se estre