El estruendo de los disparos aún resonaba en la cabaña cuando Kenji se puso de rodillas. El dolor le atravesó el brazo izquierdo como fuego líquido y su hombro no estaba mejor, pero las heridas eran nada frente a la visión que lo atormentaba: Julieta siendo arrastrada hacia la oscuridad, sus ojos abiertos en un terror absoluto, sus manos extendidas hacia él antes de desaparecer. Ese instante se le grabó en la retina como una cicatriz imposible de borrar.
—¡Julieta! —Rugió con una desesperación que hizo eco en la playa desierta.
Su grito rebotó contra la línea del mar, se mezcló con el viento y se perdió en el rugido de las olas. La camisa se le empapaba de sangre, pegándosele al torso, pero aún así se incorporó tambaleante. La rabia lo sostenía donde las fuerzas ya lo habían abandonado.
Corrió hacia la orilla, sus pies hundiéndose en la arena húmeda. A lo lejos, la lancha rugía con su motor despiadado, alejándose con la figura de Julieta desvaneciéndose en la negrura. El oleaje le azot