La luz del amanecer entraba por las persianas, fragmentándose en tiras doradas sobre la habitación. El olor salado del mar se colaba con cada ráfaga de aire y la madera crujía suavemente al calentarse con los primeros rayos. Julieta abrió los ojos primero, confundida por un instante, hasta que sintió el calor del brazo de Kenji alrededor de su cintura. Por primera vez en meses no había ødio, ni distancia, ni dos camas separadas. Habían pasado la noche juntos, hablando hasta que la voz se les apagó, llorando hasta que la sal se confundió con la del mar cercano… y al final se habían buscado con vehemencia, como si todo el rencor acumulado se transformara en un ansia por recuperarse mutuamente. Sin palabras, se habían poseído, no para lastimarse, sino para reencontrarse en la piel y en el silencio.
Kenji, medio dormido, entreabrió los ojos y la miró. Tenía el cabello revuelto y una expresión de vulnerabilidad casi infantil.
—Buenos días… bruja. —Murmuró con una sonrisa rota.
Juliet