La puerta de la oficina se cerró con un clic seco. El silencio fue inmediato, envolvente… casi íntimo. Como si el aire mismo supiera que estaba por suceder algo que no debía escucharse.
Me soltó la mano y caminó hacia su escritorio con paso lento y medido. Se quitó el reloj y lo dejó sobre la madera pulida con un leve golpe.
—¿Estás bien?
Su voz fue baja, pero cargada de algo más. Algo que no tenía nada que ver con preocupación… y todo que ver con control.
Asentí sin mirarlo del todo, pero mi pecho subía y bajaba como si acabara de correr.
—Te defendiste bien allá afuera —dijo, y su tono tenía un dejo de orgullo… o de lujuria. O de ambas cosas.
—No podía dejar que me pisotearan. Soy la prometida de Ashton Gardner —contesté, intentando sonar fuerte.
Ash se giró. Se apoyó en el borde de su escritorio y me miró fijamente.
—¿Sabes cómo me sentí al verte hacerlo?
Negué, tragando saliva.
—Excitado.
La palabra se deslizó entre nosotros como una chispa que cayó sobre un campo seco.
—Verte lev